Toreabas en
Valladolid el 1 de agosto de 1897. Ya tu padre se encontraba muy enfermo y allí
te llegaría el telegrama en el que te comunicaban su fallecimiento el 2 de agosto,
como consecuencia de un aneurisma y de la dilatación de la arteria aorta. Te
encontrabas muy lejos, no por culpa de Sevilla, pues tu sabes mejor que nadie
que “Sevilla está donde tiene que estar”, y eso te impidió llegar a su
entierro, que se celebró el 3 de agosto. Sí que estuviste presente en los
funerales, celebrados en la iglesia de San Lorenzo el día siguiente. ¿Acaso
rememoraste que unos meses antes, el 8 de marzo, con su salud ya muy
deteriorada, aún te echo una mano en la becerrada de tu presentación en
Valencia?
Apenas
habías cumplido quince años y te convertías en el sostén de la familia que
formaban tu madre y tus cinco hermanos. La generosidad y esplendidez de
Fernando Gallo hizo, que a pesar de haber ganado importantes cantidades de dinero
(toreó 104 tardes en Madrid), pasara los últimos años de su vida con 500
pesetas mensuales y que a su muerte os dejara, según El Toreo, en “un estado de
relativa pobreza”. Y para agravar más la situación, todo hace pensar que la
petición postrera por parte de Fernando a Guerrita (la gran figura del toreo en
esos momentos) solicitando su ayuda, nunca fue atendida.
Ya tu padre
había depositado en ti y en tu capote todas sus esperanzas, cuando en su lecho
de muerte le dice a su mujer: “Mientras mi hijo Rafael pueda tener un capote en
las manos, no os quedáis sin comer ninguno”
Y ahora no
te ofendas, Rafael, pero al verte convertido en “el sostén de la familia”, una
vez conocida tu trayectoria posterior –lo cual no deja de ser una artimaña
ventajista por mi parte- mi primera reacción fue la de llevarme las manos a la
cabeza, sin poder evitar una sonrisa, entre socarrona y escéptica. Claro que
-tratando de refutar mis temores- también entra dentro de lo posible el que a
esa edad tan temprana todavía no hubieras “aprendido” el arte de despilfarrar
los dineros, en el que es bien sabido que llegaste a ser un consumado maestro.
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