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NOTA INFORMATIVA:

CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE LA MUERTE DE JOSELITO EL GALLO, HE PUBLICADO UN LIBRO EN EL QUE SE RECOGEN TODAS SUS ACTUACIONES EN LA PLAZA VIEJA DE MADRID, VISTAS POR LA PRENSA.

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Este Blog nace como un homenaje a todos aquellos que, a lo largo de la Historia del Toreo, arriesgaron y en muchos casos entregaron sus vidas, tratando de dominar a la Fiera.

jueves, 18 de julio de 2024

... Y DE SU GRAN CAPACIDAD DE SEDUCCIÓN

                        ....Y DE SU GRAN CAPACIDAD DE SEDUCCIÓN


«Este calvo, infame con el estoque en la mano y de una figura encorvada refractaria a toda sensación de arte, se yergue de tal manera, crece en grado tan superlativo cuando extiende el percal o el trapo rojo que subyuga, atrae de forma tal que, cual movidas por resorte, hace juntar las manos y aplaudir hasta quedar enrojecidas» 

                                             Un maleta. El Pueblo, 18/10/1912


«Yo no sé qué extraña influencia ejerce este hombre sobre los públicos, a los que su arte llega más que el de otros toreros, también artistas» 

                                         Patillitas.  Las Provincias, 30/07/1913


 «Después de esto debiera haberse terminado la corrida» 

                                        Chopeti. El Toreo, 11/05/1914 


«Después de aquello lo más indicado es que el presidente levantara la sesión. ¿Qué más podían hacer los otros infelices pigmeos que superase lo de Rafael el magno?» 

                                         Latiguillo. Las Provincias, 27/04/1914


Extractos de las crónicas de la faena realizada por Rafael El Gallo al toro Nazareno, de Medina Garvey, en la corrida de la despedida de Enrique Vargas Minuto del público valenciano, celebrada el 26 de abril de 1914.

Siempre he visto en Rafael El Gallo, como hombre y como torero, al elegido, al favorito, al que contó con el incondicional apoyo de las gentes, al que siempre cayó en gracia, sin ser gracioso.

Y al intentar clarificar ese trato preferente, que en el caso de Valencia alcanzó sus cotas más altas, he ido descubriendo toda una serie de aspectos que nunca le abandonaron (su irresistible encanto, su gracia señera, su duende gitano, su magnetismo… ), y que acabaron por configurar en él el gran seductor que siempre fue.

Considero que en su dilatada carrera de seductor, su conquista más preciada fueron, sin lugar a dudas, los públicos. Esos públicos, que acabaron subyugados por la fascinación,  por el deslumbramiento, que siempre ejerció sobre ellos. Fascinación un tanto misteriosa (el misterio vuelve a sobrevolar la figura de Rafael), pues estamos ante algo de lo que todos hablan y nadie explica. 

Algo por cierto muy característico de El Gallo, pues con él siempre queda la incómoda sensación de que son muchas más las preguntas que las certezas. «Rafael es un enigma con traje de luces, más impenetrable que el que se ofreció a la sagacidad de Edipo» (Paco Media Luna).

Debajo de su aparente campechanería, de sus legendarias ocurrencias y de su gracejo gitano, se ocultaba una persona impenetrable, un celoso guardián de su intimidad, que encontró cobijo dentro de sí mismo, y allí permaneció, totalmente guarecido del mundo exterior.

Me sumo, y de alguna manera me solidarizo, con sus cronistas y estudiosos, cuando acaban por confesarse incapaces de llegar hasta el fondo, conscientes de que sus análisis nunca sobrepasan los aspectos más superficiales, más anecdóticos, de su inextricable personalidad. ¿De qué madera habrán hecho a este torero, desconcertante, incongruente, en el que se suceden de manera brusca, y hasta caprichosa, los mayores descalabros y las más imprevistas resurrecciones?, se llegan a preguntar.
¿Qué secreto albergaba este enigmático diestro para que el público le tolerase lo que a ningún otro torero había tolerado? ¿Por qué, tras una de sus muchas debacles, se celebraba entusiásticamente cualquiera de sus innumerables arabescos? 

A veces se tiene la impresión de que, entre los públicos y Rafael, se hubiera establecido un acuerdo tácito, un pacto secreto, en el que a la más severa indignación le sucediera, como si de un orden natural se tratara, el inmediato perdón. 
Ningún otro torero de su época gozó, ni de lejos, de semejante privilegio. Quizás, porque como decía Gregorio Corrochano: «el genio lleva consigo el régimen de la excepción»
.
Os confieso que, en un desesperado intento por arrojar algo de luz sobre este tema, he llegado a pensar en un brebaje como el responsable último de ese encantamiento. Brebaje que Rafael, como todo gran seductor, no dudaría en suministrar, sin reparo alguno, a sus públicos, con el inconfesable propósito de -tras anular sus voluntades por medio del misterioso hechizo- ganarse su total entrega, su total sumisión.

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