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NOTA INFORMATIVA:

CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE LA MUERTE DE JOSELITO EL GALLO, HE PUBLICADO UN LIBRO EN EL QUE SE RECOGEN TODAS SUS ACTUACIONES EN LA PLAZA VIEJA DE MADRID, VISTAS POR LA PRENSA.

PODÉIS ENCONTRAR MÁS INFORMACIÓN DEL MISMO, ASÍ COMO ADQUIRIRLO, EN EL SIGUIENTE LINK : https://joselitoenmadrid.com/


Este Blog nace como un homenaje a todos aquellos que, a lo largo de la Historia del Toreo, arriesgaron y en muchos casos entregaron sus vidas, tratando de dominar a la Fiera.

jueves, 25 de julio de 2024

...Y DEL IRRESISTIBLE ENCANTO DE SU PERSONA

 ...Y DEL IRRESISTIBLE ENCANTO DE SU PERSONA


«Lo que en otros no es nada, en él, por una gracia innata, resulta bonito»

                                   Un maleta. El Pueblo, 26/07/1914


«Como torea con tanta gracia, nos pareció bueno todo cuanto hizo»

                         Castoreño El Mercantil Valenciano, 31/07/1926


«Él lo representa todo y nada, porque nada es en la torería, pero es más que nadie […] El arte de Rafael es Rafael mismo […] ¡Grande que es uno, Rafael! Más y mejor que la misma torería»

                                 Patillitas. Las Provincias, 31/07/1926


«Ha sido el de Rafael, más que el triunfo del torero, el triunfo del hombre; un triunfo de la simpatía»

                                      Recorte. La Libertad, 31/07/1926



Hay dos comentarios, iluminadores como siempre, de Ramón Gaya, con los que quiero iniciar este punto. Uno referido a Pastora Imperio: «Me di cuenta en seguida de que estaba delante de algo irrepetible [...] comprendí que no se trataba de hacer, sino de ser. Pastora es irrepetible, no en la medida que es irrepetible algo, sino alguien»;  y el otro a Manolete: «De Manolete puede decirse lo mismo que de Pastora, pues su genio no parecía residir en lo que hacía, sino sencillamente en lo que era»

Sin ser su destinatario, siempre he creído que también podrían aplicarse, sin sufrir modificación alguna, a Rafael El Gallo. Pues también en él, las cotas a las que se elevaba su toreo habrían resultado inalcanzables sin la magia que irradiaba su persona. 


También los cronistas valencianos, en los extractos de sus crónicas que figuran al inicio de este punto, ahora sí, referidos a Rafael, apuntan en la misma dirección.


Soy de la opinión, y perdonad mi atrevimiento, de que muchas de las cosas que él improvisaba delante de la cara del toro, muchos de los desplantes y los adornos que llegaron a formar parte importante de su toreo, y que tanto entusiasmaron a los públicos, en las manos de alguien que no hubiera estado ungido con la gracia y el duende de Rafael, sin su hipnótica personalidad, hubieran podido pasar a formar parte del toreo bufo.

Y quizás en el atractivo y la sugestión que siempre emanaron de su persona, se encuentren las claves con las que explicar que fuera El Gallo uno de los toreros cuya ausencia más ha pesado en el ánimo de las gentes.


En Rafael, el enorme vacío que provocó su ausencia sólo pudo paliarse, al menos en parte, con los vívidos recuerdos de sus faenas perdurables. A Rafael se le espera porque se le recuerda. «Es un torero que de tal manera ha sabido hacerse esperar, que todavía se le espera», escribe Gregorio Corrochano. Una vez más aparece el recuerdo en el toreo, en un desesperado intento de eternizar lo efímero.


Y siguiendo con el tema de la ausencia en Rafael, de nuevo acudo a mi admirado Ramón Gaya, en otro comentario sobre Pastora Imperio: «Al marcharse de escena sentí como si de pronto me quedara solo, abandonado, despojado […] Y calculando los pasos que faltaban para desaparecer sufría la emoción de esa hermosura dolorosa, tensa, atirantada, que sólo puede darnos lo que sucede en el tiempo: la música, el baile, los toros».


 Y en este sentido podríamos considerar a El Gallo el patriarca, el pionero, el que inauguró la senda por la que más tarde transitaron toreros del corte de Gitanilllo de Triana, Cagancho, Rafael de Paula o Curro Romero. Toreros de arte a los que, al igual de lo que sucedió con Rafael, por mucho que tardara en llegar su epifanía, siempre se les esperó.



jueves, 18 de julio de 2024

... Y DE SU GRAN CAPACIDAD DE SEDUCCIÓN

                        ....Y DE SU GRAN CAPACIDAD DE SEDUCCIÓN


«Este calvo, infame con el estoque en la mano y de una figura encorvada refractaria a toda sensación de arte, se yergue de tal manera, crece en grado tan superlativo cuando extiende el percal o el trapo rojo que subyuga, atrae de forma tal que, cual movidas por resorte, hace juntar las manos y aplaudir hasta quedar enrojecidas» 

                                             Un maleta. El Pueblo, 18/10/1912


«Yo no sé qué extraña influencia ejerce este hombre sobre los públicos, a los que su arte llega más que el de otros toreros, también artistas» 

                                         Patillitas.  Las Provincias, 30/07/1913


 «Después de esto debiera haberse terminado la corrida» 

                                        Chopeti. El Toreo, 11/05/1914 


«Después de aquello lo más indicado es que el presidente levantara la sesión. ¿Qué más podían hacer los otros infelices pigmeos que superase lo de Rafael el magno?» 

                                         Latiguillo. Las Provincias, 27/04/1914


Extractos de las crónicas de la faena realizada por Rafael El Gallo al toro Nazareno, de Medina Garvey, en la corrida de la despedida de Enrique Vargas Minuto del público valenciano, celebrada el 26 de abril de 1914.

Siempre he visto en Rafael El Gallo, como hombre y como torero, al elegido, al favorito, al que contó con el incondicional apoyo de las gentes, al que siempre cayó en gracia, sin ser gracioso.

Y al intentar clarificar ese trato preferente, que en el caso de Valencia alcanzó sus cotas más altas, he ido descubriendo toda una serie de aspectos que nunca le abandonaron (su irresistible encanto, su gracia señera, su duende gitano, su magnetismo… ), y que acabaron por configurar en él el gran seductor que siempre fue.

Considero que en su dilatada carrera de seductor, su conquista más preciada fueron, sin lugar a dudas, los públicos. Esos públicos, que acabaron subyugados por la fascinación,  por el deslumbramiento, que siempre ejerció sobre ellos. Fascinación un tanto misteriosa (el misterio vuelve a sobrevolar la figura de Rafael), pues estamos ante algo de lo que todos hablan y nadie explica. 

Algo por cierto muy característico de El Gallo, pues con él siempre queda la incómoda sensación de que son muchas más las preguntas que las certezas. «Rafael es un enigma con traje de luces, más impenetrable que el que se ofreció a la sagacidad de Edipo» (Paco Media Luna).

Debajo de su aparente campechanería, de sus legendarias ocurrencias y de su gracejo gitano, se ocultaba una persona impenetrable, un celoso guardián de su intimidad, que encontró cobijo dentro de sí mismo, y allí permaneció, totalmente guarecido del mundo exterior.

Me sumo, y de alguna manera me solidarizo, con sus cronistas y estudiosos, cuando acaban por confesarse incapaces de llegar hasta el fondo, conscientes de que sus análisis nunca sobrepasan los aspectos más superficiales, más anecdóticos, de su inextricable personalidad. ¿De qué madera habrán hecho a este torero, desconcertante, incongruente, en el que se suceden de manera brusca, y hasta caprichosa, los mayores descalabros y las más imprevistas resurrecciones?, se llegan a preguntar.
¿Qué secreto albergaba este enigmático diestro para que el público le tolerase lo que a ningún otro torero había tolerado? ¿Por qué, tras una de sus muchas debacles, se celebraba entusiásticamente cualquiera de sus innumerables arabescos? 

A veces se tiene la impresión de que, entre los públicos y Rafael, se hubiera establecido un acuerdo tácito, un pacto secreto, en el que a la más severa indignación le sucediera, como si de un orden natural se tratara, el inmediato perdón. 
Ningún otro torero de su época gozó, ni de lejos, de semejante privilegio. Quizás, porque como decía Gregorio Corrochano: «el genio lleva consigo el régimen de la excepción»
.
Os confieso que, en un desesperado intento por arrojar algo de luz sobre este tema, he llegado a pensar en un brebaje como el responsable último de ese encantamiento. Brebaje que Rafael, como todo gran seductor, no dudaría en suministrar, sin reparo alguno, a sus públicos, con el inconfesable propósito de -tras anular sus voluntades por medio del misterioso hechizo- ganarse su total entrega, su total sumisión.

martes, 16 de julio de 2024

... Y DE LA MALA RELACIÓN ENTRE EL TOREO DE RAFAEL Y LA MUERTE

 «Con Rafael el Gallo la sensación de lo bello es tranquila como la del que contempla un lago suizo o una figura helénica»

                                                         Un maleta. El Pueblo, 28/07/1914


«Nunca ante una faena del Gallo te habrá ocurrido la idea de que la muerte danza siniestramente por allí cerca»

                                                  Patillitas. Las Provincias, 27/07/1926



Los anteriores extractos me ha conducido, tal vez porque se trata de dos planteamientos antagónicos, a un comentario de Paco Media Luna, en el que al referirse al Belmonte inicial, nos dice en una de sus crónicas: «Cada vez que hacía el paseo, hacía entrar a la Tragedia por la puerta de caballos». 

Pues bien, en el caso de El Gallo  bien podríamos decir: «Cada vez que hacía el paseo, hacía salir a la Tragedia de la puerta de caballos».


Y es que Rafael y la Muerte, esa invitada tan indeseada y, sin embargo, tan presente en la Fiesta, nunca hicieron buenas migas, como si  de dos enemigos, irreconciliablemente malquistados, se tratara. 

Ante el toreo alegre, sin asomo de dramatismo, tan alejado de la tragedia, de El Gallo. la Muerte nunca acabó de sentirse a gusto, pues siempre se supo relegada, totalmente fuera de lugar. No es difícil, por tanto, imaginar a la Muerte, acostumbrada como estaba a ejercer de protagonista a lo largo de la historia del toreo, con cara de circunstancias, contrariada, ante el papel secundario que le tocó representar en ese toreo tan festivo de Rafael.

Incluso, lo reconozco, he llegado a recrearme, complacido y hasta con cierta sorna, en contemplar como en su rostro iba apareciendo un gesto adusto, un rictus de amargura, al saberse el patito feo, la nota discordante, en esa jubilosa oda a la vida, que no otra cosa es la tauromaquia de Rafael El Gallo.


sábado, 13 de julio de 2024

VALENCIA TAMBIÉN SUPO DE SU TOREO INFANTIL

                          VALENCIA TAMBIÉN SUPO DE SU TOREO INFANTIL



«Rafael Gómez, “Gallito”; Rafael ,“El Gallo”, alma de niño, hombre de bien» 

                                                     Gerardo Diego


«Su arte cautiva precisamente por eso, porque es infantil […] Su toreo es como el juego de un infante […] Su simpatía, su gracia, arrancan de ahí, de su infantilismo […] Ayer su toreo fué más infantil que nunca […] Rafael, con su calva y sus años, es un niño y un niño es una cosa simpática y amable. Sobre que tiene una gran fuerza en su debilidad»  

                                    Patillitas. Las Provincias, 27/07/1926


Los comentarios de Patilllitas están extraídos de su crónica de la corrida que Rafael toreó en Valencia el 26 de julio de 1926, ante toros de Carmen de Federico y compartiendo cartel con Ignacio Sánchez Mejías y Niño de la Palma. 

En ellos Patillitas alude a una faceta que siempre he considerado crucial a la hora de intentar desentrañar el toreo de Rafael: su infantilismo. Rasgo éste, al que pienso que no se le ha prestado suficiente atención a la hora de explicar algunos aspectos de su toreo.

Rafael nunca abandonó, y tengo serias dudas de que alguna vez se lo propusiera, el territorio de la infancia. Nunca dejó de ser niño, un niño ensimismado, ajeno por completo a todo lo que le rodeaba.

Su toreo, por tanto, estuvo siempre salpicado de gestos infantiles: se cambia la muleta de mano por la espalda; se entretiene en plegar y desplegar, con parsimonia, la muleta delante de la cara del toro («con el esmero que pudiera hacerlo un dependiente del ramo de tejidos»; coloca la montera en el testuz del toro; se encapricha de unas banderillas e interrumpe repetidamente su faena de muleta, al ir arrándolas una a una…

De ese toreo infantil se derivó, inevitablemente, el papel tan preponderante que siempre tuvo el juego en su tauromaquia. Ésta tuvo en El Gallo mucho más de juego que de combate, pues nunca la lucha figuró entre sus preferencias. «Rafael no luchaba […] ni en la vida ni en la profesión. Si ha habido un gallo que no fuera de pelea, era él» (José Alameda).

Y quiero concluir este apartado con una reflexión, en forma interrogativa, que ya me hice en mi anterior libro sobre Rafael y que, en el fondo, es un intento, un tanto pretencioso,  tal vez, de desvelar el misterio insondable que empapa algunos aspectos del toreo de Rafael: ¿y si sus repentinos virajes de lo cobarde a lo temerario, de lo burdo a lo genial, de lo ridículo a lo sublime, no fueran otra cosa que imprevisibles antojos de un niño caprichoso, que hundieran sus raíces en la inconstancia, en la volubilidad de las emociones, tan propias de la infancia?  


viernes, 12 de julio de 2024

RAFAEL EL GALLO. ¿MATAR?, ¿PARA QUÉ HABLAR DE ELLO?

                                           ¿MATAR?, ¿PARA QUÉ HABLAR DE ELLO?


«A un bombista que tenía a mi izquierda, le oí gritar infinidad de veces, cuando Rafael iba a matar: ¡Que pinche en las orejas, en el rabo, donde le dé la gana! El que hace una faena  de muleta tan colosal, tiene derecho a meter el estoque en cualquier sitio»

                                    Latiguillo. Las Provincias, 18/10/1912. 


«¿Qué cómo entró a herir? Que importa. Si lo mata de un tiro, no por eso se borra el triunfo»

                         Almanzor. El Mercantil Valenciano, 27/04/1914

 

«Matando, ¿para qué hablar de ello? Cuando se torea así el público lo tolera todo»

                                Don Carpio. Palmas y Pitos 25/05/1914. 



Con Rafael todo tiende a la desmesura, a la hipérbole. Y los extractos de las crónicas anteriores, todas ellas de corridas celebradas en la plaza de Valencia, dan buena cuenta de ello. 


Es como si lo extremado de su toreo se propagara, de manera incontenible, tanto a los cronistas que lo juzgan como a los públicos que lo presencian. Y en esta desenfrenada carrera hacia el radicalismo, da la impresión de que la Plaza de Valencia, comparativamente hablando, no solo no se queda rezagada, sino que más bien se lleva la palma.


Y esos cronistas y esos públicos, una vez que han sido conducidos, por esa extraña alucinación que Rafael ejerce sobre ellos, a un estado de enajenación, de éxtasis, no tienen reparo alguno en repudiar todo tipo de norma, por sagrada que ésta haya sido en la tauromaquia: “Lo toleran todo” y justifican, sin el menor embarazo, que «tras una faena de muleta tan colosal, tiene derecho a meter el estoque en cualquier sitio», o que «después de una faena así, pudo incluso matarle de un tiro»


Los extractos de esas crónicas dan cuenta de un hecho muy sorprendente, sobre todo tratándose de una época en la que la suerte suprema se supone que todavía gozaba de un importante status. Y es que está plenamente aceptado, tanto por parte de los públicos como de los cronistas, que, en determinados casos, las excelencias que pueda llegar a alcanzar la faena de muleta, en modo alguno pueden ser mancilladas por los fallos que tengan lugar a la hora de ejecutar la suerte de matar, por importantes que estos sean.


Permitidme, para finalizar este punto, aventurar una digresión personal, y tal vez por ello, un tanto atrevida: hoy en día, entre el final de la faena de muleta y el inicio de la suerte de matar, se ha hecho patente un brusco corte. Y me atrevo a decir, que muchos de nosotros, alguna vez, hemos tenido el deseo inconfesable, de que esa interrupción no se acabara nunca y de que el matador, ¡vaya incongruencia!, no tuviera que entrar a matar, no fuera a ser que su gran faena de muleta se viera fatalmente malograda por la espada.

 

De aquí, y perdonad mi pesimismo, a llegar a considerar la suerte de matar como algo prescindible en la tauromaquia, sólo hay un paso 


jueves, 11 de julio de 2024

EL HIJO DEL SEÑOR FERNANDO... Y DE LA SEÑÁ GABRIELA

          EL HIJO DEL SEÑOR FERNANDO... Y DE LA “SEÑÁ” GABRIELA


«Si este diestro toreara con careta, con seguridad que al ver sus hechuras y su manera de torear, todo el público diría: “ese es el hijo del difunto Gallo”; “Gallito en la Plaza es El Gallo que se fue, y éste creo que es el mejor elogio que de él se puede hacer»

                                             Chopeti. El Enano, 01/05/1898


«Bien podemos decir que el difunto Gallo  es el Ave Fénix que renace de sus propias cenizas  al ver en el hijo todo el arte y la frescura de su padre y entusiasmar a los públicos»

                                      Pepinillo. El Mercantil Valenciano, 14/08/1899


Los extractos de crónicas anteriores, todos ellos referidos a las novilladas de El Gallo en Valencia, ponen de manifiesto claramente que también los cronistas valencianos vieron en Rafael, desde sus inicios, al hijo del señor Fernando.

De él herederá todas sus virtudes: el arte, la gracia, la finura y la elegancia; y todos sus defectos: las desigualdades, los miedos y los problemas a la hora de estoquear.


«No ha habido matador a quien se hayan echado más toros al corral y que mayores gritas haya sufrido como estoqueador, siendo un maestro del toreo»

              El Bachiller González de Ribera, refiriéndose a Fernando El Gallo


Y lo que me ha resultado más llamativo, e incluso inesperado, es que por por heredar, heredó hasta sus anécdotas. Veamos: 

La respuesta que, tras una desastrosa faena de muleta, le da a Vicente Pastor, cuando éste, intentando consolarle le dice: «¡Hay que ver cómo está el público esta tarde, Rafael!”, es la misma que le da su padre Fernando a Ángel Pastor, también en la Plaza de Madrid, unos años antes: «Para ti colosal, ¡Ya los he dejado a todos roncos!» 

Cuando Belmonte, ante una gran faena de Rafael a un toro de Concha y Sierra en Valencia, le dice a Joselito: «Ya estamos yéndonos de aquí, que sobramos los dos», nos parece estar escuchando a Lagartijo, cuando ante una faena de Fernando, le comenta a Frascuelo: «Salvador, vamos a sentarnos en el estribo a ver torear».

Si su padre fue torero de arte, su madre, Gabriela Ortega, la señá Gabriela, no le fue a la zaga en lo que al ámbito artístico se refiere, pues estamos, sin lugar a dudas, ante una de las grandes bailaoras de flamenco de su época. Rival en los escenarios, y todo apunta a que también fuera de ellos, de Rosario la Mejorana, madre de Pastora Imperio, la que sería la esposa de Rafael El Gallo.

Gitana, del barrio de Santa María de Cádiz, de la extensa familia de los Ortega, un abigarrada maraña de artistas, en la que los límites entre toreros y flamencos se difuminan, y hasta se solapan, frecuentemente.

Sin ir más lejos tenemos el caso de su padre, Enrique El Gordo, matarife en el matadero de Cádiz. Mediocre banderillero y gran cantaor, al parecer, pues de él se cuenta que las figuras del toreo de su época lo llevaban en su cuadrilla, más que por sus pares de banderillas, para escuchar sus cantes. Íntimo amigo del gran Silverio Franconetti, quien, en una visita a Cádiz, tras su muerte, lo inmortalizó en una inolvidable e improvisada siguiriya: «Por Puerta Tierra no quiero pasar / porque me acuerdo de mi amigo Enrique / y me echo a llorar»

Así pues, gitano por parte de madre, llegó a ser conocido, en palabras de Gregorio Corrochano, como «El torero más gitano y el más gitano de los toreros”.

Y aquí querría resaltar algo que, aunque en principio pueda parecer  anecdótico, dice mucho respecto a las personalidades, tan diferentes, de Rafael y de su hermano José. Así como Rafael, en numerosas crónicas, aparece calificado como “gitano”, como cañí; rara vez he encontrado el término “gitano” aplicado a Joselito.

Y, ante este hecho innegable, me hago la pregunta, que tiene mucho de retórica: ¿acaso Rafael – a diferencia de su hermano José- no sólo no se ofendió, sino que se sintió orgulloso y hasta tuvo a gala ser el depositario de la idiosincrasia de ese pueblo?  

De su madre -aunque todo apunta a que su padre tampoco anduvo escaso de ingenio- heredó la gracia gitana, esa “gracia pajolera” , esa "salsa gitana" que impregnó su toreo, hasta tal punto de ser una de las expresiones más frecuentes en muchas de sus crónicas; y de sus crónicas valencianas, por supuesto, como veremos a continuación:

«La repajolera gracia gitana que nadie ha podido, ni podrá copiar jamás; Volcó sobre el tapiz toda su sabiduría, su gracia gitana y sus cosas, esas cosas que repentiza y ejecuta irreprochablemente»

                                            Latiguillo. Las Provincias, 25/07/1915 

                                     «Gracia pajolera que ni se enseña ni se aprende»
 
                                                    Riaño. El Pueblo, 26/07/1915

                             «El de la gracia torera, única, exclusiva e inconfundible» 

                                    Castoreño. El Mercantil Valenciano, 30/06/1923

Y con estos antecedentes a sus espaldas, el destino de Rafael estaba marcado desde sus inicios. Un hombre sensible como él, de una sensibilidad extrema para algunos, en el que los estímulos que recibió desde su infancia provenían, en gran medida, del toreo y del flamenco, dos de las grandes manifestaciones artísticas genuinamente españolas, estaba fatalmente abocado a acabar en el arte, en el arte del toreo en su caso.