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NOTA INFORMATIVA:

CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE LA MUERTE DE JOSELITO EL GALLO, HE PUBLICADO UN LIBRO EN EL QUE SE RECOGEN TODAS SUS ACTUACIONES EN LA PLAZA VIEJA DE MADRID, VISTAS POR LA PRENSA.

PODÉIS ENCONTRAR MÁS INFORMACIÓN DEL MISMO, ASÍ COMO ADQUIRIRLO, EN EL SIGUIENTE LINK : https://joselitoenmadrid.com/


Este Blog nace como un homenaje a todos aquellos que, a lo largo de la Historia del Toreo, arriesgaron y en muchos casos entregaron sus vidas, tratando de dominar a la Fiera.

miércoles, 28 de agosto de 2024

¿ARTISTA MÁS QUE TORERO?

 «La faena de muleta al segundo fue propia de una bailarina en candelero… muchas monerías ful y nada verdad que se ajuste a las reglas del toreo» 

                                                  García. Arte Taurino, 04/08/1913


«Rafael el Gallo es el torero de las simpatías y el que más torea sin torear, como nadie sabe hacerlo »

                                       Castoreño El Mercantil Valenciano, 31/07/1926


«¿Se ha podido averiguar todavía si lo que él le hace al toro, es o no torearlo? En Valencia dicen que sí, y por ello -es decir, porque no sabían hacerlo- los toreros de su promoción como Ricardo Bombita, Machaquito y Vicente Pastor tuvieron que irse a casa […] Las improvisaciones coruscantes de Rafael tomáronse como creación de un arte digno de ser incorporado a la tauromaquia moderna […] Y eso, amigos, no es torear. Que conste»

                                                  Riaño, El Pueblo, 15/06/1926


Entre todos los cronistas valencianos, quizá sea Riaño, en sus crónicas de El Pueblo, el que más se significó a la hora de cuestionar el toreo de Rafael, como queda de manifiesto en la crónica anterior.

Hay un comentario, una reflexión más bien, de Gregorio Corrochano, en una de sus crónicas que, desde el momento en que lo leí, quizás porque siempre me atrajo su carácter enigmático, revolotea en mi mente, de manera un tanto obsesiva, cada vez que me acerco al toreo de Rafael. En él, el cronista se atreve a insinuar que, en ocasiones, en el toreo de El Gallo, el artista eclipsa al torero: «Ejecuta el toreo por el arte, poniendo tal cantidad de arte y tan poca de toreo, que hay momentos muchos, en que el toreo no existe y el arte lo suple».

¿Hubo faena? ¿Hubo toreo?, se preguntan los cronistas, al rememorar alguna sus desconcertantes, por singulares, faenas; y las citas de las crónicas de los periódicos valencianos, del inicio del punto, son una buena muestra de ello. No, responden, en el sentido clásico del término, pues ni el toro llegó a pasar en ningún momento, ni hubo un solo pase como mandan los cánones.

Y es que El Gallo, para el que el toreo clásico no tenía secretos -le habían sido transmitidos más por herencia que por aprendizaje-,se adentraba con frecuencia en episodios de amnesia, en los que, como si de un desafío a los cánones se tratara, parecía disfrutar ignorando todo lo aprendido. He llegado a pensar que no se ha valorado suficientemente la importancia del olvido a la hora de intentar descifrar ciertos rasgos enigmáticos del toreo de Rafael. En ocasiones, puestos a olvidar, hasta se le llegó a olvidar que tenía que matar al toro.

Lo que sí hubo, tienen que reconocer, y a raudales, delante de la cara del toro, fue un fabuloso despliegue de su ilimitada fantasía que, alejándose del clasicismo, embelesó al público con todo su repertorio de adornos, desplantes y filigranas. Todo ello sazonado con una serie de aspectos de su toreo, que nunca le abandonaron, incluso en sus tardes más aciagas: la naturalidad, la elegancia, la variedad, la pinturería, la pajolera gracia, la salsa gitana  y la belleza; siempre la belleza impregnándolo todo.

Y es en esos momentos, en los que afloraba su modo arbitrario de interpretar el toreo, su irrefrenable tendencia a la heterodoxia, en los que, sin renunciar nunca a su torería, se dedicó a ir desgranando, ante los atónitos espectadores, toda una serie de insospechadas improvisaciones; pues la repetición siempre fue para Rafael El Gallo una especie de condena que se resistió a cumplir y de la que huyó horrorizado, como si de una maldición se tratara. 

Y al gran repentizador que siempre fue Rafael, me devolvieron, de manera insospechada, las hermosas palabras de la escritora Fina García Marruz referidas a Quevedo: «Repetir le parece atentar contra la vida, la siempre naciente, mercadear, hurtarle, ser menos que la belleza del fuego, la tierra, el aire».




sábado, 17 de agosto de 2024

... Y DE SU TOREO ARTÍSTICO

                                                ... Y DE SU TOREO ARTÍSTICO


«Rafael Gómez es el torero del porvenir, el único que siente el arte en su verdadera acepción» 

                                          Latigillo. Las Provincias, 09/04/1900


«Rafael es el único torero que aprovecha todos los momentos para dar sensación de arte» 

                                         Un maleta. El Pueblo, 26/07/1904


«Gallo es inimitable y artístico hasta lo sublime cuando está bien» 

                                   Aguaíyo. Diario de Valencia, 30/07/1914


¿Quién nos iba a decir -claro que con El Gallo todo es posible- que la vitola de un puro - uno de esos puros que, junto con los cafés, fueron sus más fieles compañeros-, nos iba a proporcionar uno de sus retratos más certeros: «Elaborado expresamente para el derrochador de arte y de fortuna. D. R. Gómez El Gallo»

Un hombre tan pródigo como él, no pudo por menos que dilapidar aquello que más le sobraba: el arte y los dineros. «El arte incopiable del que hace derroche cuando le da por sentarse a horcajadas sobre la luna» (Don Ventura. Los Toreros en 1916). 


En Rafael El Gallo -y sólo por esto merecería ocupar un lugar preeminente en la historia del toreo- aparecen ya definidos de manera precisa todos los rasgos asociados a lo que más tarde se dio en llamar «toreros de arte»: su rosario de auroras y de ocasos; su horror al término medio, su aversión a la lucha,  su indolencia, su duende, sus deficiencias con la espada, su desenfado a la hora de mostrar su miedo, su gran sentido plástico, su toreo de brazos… y hasta su cohorte de partidarios acérrimos. «En todos los instantes Rafael es el arte, que ha encarnado en su ser… Es el suyo el gesto de la inspiración artística» (José Silva y Aramburu).

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Una de las frases más recurrentes en las crónicas referidas a Rafael es: «realizó una faena artística», que es tanto como decir «una faena bella».  Toda su vida anduvo enfrascado en la búsqueda de la belleza, y hasta llegó a decirse de él, que toreaba sólo por amor al toreo bello. Atrapar la belleza pudo ser el sentido último de su toreo. Claro que, dada su afamada indolencia, no lo veo yendo en pos de la belleza; más bien tendría que ser la belleza la que, incapaz de escapar a su hechizo, acudiera presurosa a su encuentro.

¿Y si fuera el encuentro -que tendría más de encontronazo traumático que de cita apacible- con esa Belleza, con la belleza con mayúsculas que emana del toreo de Rafael, el que, como si de una experiencia mística se tratara, iba a dejar conmocionados, hasta el punto de hacerlos enmudecer, a los perplejos espectadores; y con ellos a sus comentaristas?


«Y no detallo más porque me encanté y salí del arrobamiento al fallecer el bovino» 

                                                Un maleta. El Pueblo, 27/04/1914


«Aquello no hay quien lo describa. Se necesitan muchos pares de hipérboles para trasladar al papel tan monumental trabajo. Recuerdo como una visión…»

                                             Latiguillo. Las Provincias, 29/07/1914


¡No hay palabras!, hermosa frase, con la que proclamamos, entre impotentes y gozosos, la inefabilidad de su toreo; al igual que lo haríamos ante un verso de San Juan de la Cruz, el Descendimiento de Van der Weyden, o una siguiriya de Manuel Torre.


Rafael,-y seguimos a vueltas con la belleza- a pesar de que en sus primeros años alternó con toreros como Bombita, Machaquito, y Vicente Pastor, esforzados gladiadores de un toreo heroico, cuyas faenas se cuentan por hazañas (como bien lo atestigua su cuerpo cosido a cornadas), nunca pretendió emular su toreo épico y siempre optó por encontrar refugio en el arte, es decir, en la lírica: «A cada pase que pegaba se me caía una lágrima» nos confiesa Rafael, anticipándose a la famosa expresión belmontina de que «se torea como se es».

Y hablando de lírica, estamos ante un torero en el que el dominio - que a lo largo de la historia siempre estuvo asociado a un ejercicio de poderío violento que acababa por quebrantar al toro- tuvo, en su caso, más de caricia que de hostigamiento. 

«Para torear hay que acariciar», llegó a decir el maestro. Todo un tratado de tauromaquia condensado en una frase, que ya apunta a un irreversible cambio de rumbo en la concepción del toreo, que tuvo en Rafael uno de sus más preclaros precursores.


Años antes de que Belmonte reivindicara el toreo como una actividad espiritual -para muchos sigue siendo el pionero- ya Rafael hizo del toreo una actividad artística, y por ende, una actividad espiritual. Y en una época de primacía de la épica, desplazó, me atrevería a decir que incluso de una manera descarada, y quien sabe si para siempre, el fiel de la balanza hacia la estética.


Nos encontramos, sin duda alguna, ante un hito crucial en la historia del toreo; ante una auténtica revolución, -quién se lo iba a decir al bueno de Rafael- que no ha sido suficientemente puesta en valor; quizás porque El Gallo, a diferencia del reflexivo Belmonte, aunque proclive a las sentencias, nunca fue dado a ningún tipo de cavilación y de análisis de su toreo, ni del toreo en general.

Su toreo nunca estuvo acompañado de libreto explicativo alguno, tal vez porque siempre supo, o al menos intuyó, que -como diría el poeta Claudio Rodríguez de la poesía- no es el torero, sino su toreo, el que tiene que hablar.