Acabo de publicar un libro que he titulado "Carta a Rafael El Gallo". Lo podéis adquirir, junto con el de Juan Salazar, titulado "Enrique Vargas, MINUTO. Descubriendo una vida", en la siguiente dirección:
También los podéis adquirir en la LIBRERÍA RODRÍGUEZ, situada en la Plaza de Toros de las Ventas de Madrid.
https: // www.libreriarodriguez.com / libros/ carta-a-rafael-el-gallo/ 9788496773523/
Os envío también los vínculos con los que podéis comprar el resto de mis libros, en los que reflejo todas las actuaciones en Madrid de Rafael El Gallo, de Joselito El Gallo y de Juan Belmonte:
https://www.libreriarodriguez.com/libros/rafael-el-gallo-en-madridtodas-sus-actuaciones-1899-1935-vistas-por-la-prensa/62162/
Os envío el inicio de mi último libro, "Carta a Rafael El Gallo":
EL POR QUÉ DE MI CARTA
Creo
no incurrir en ninguna exageración si afirmo que –como ya he comentado anteriormente– gran
parte de los últimos años de mi vida los he dedicado al estudio de la figura y
del toreo de Rafael El Gallo.
Tardé
demasiado en darme cuenta de que se trataba de un capítulo de mi vida que se
estaba prolongando desmesuradamente. De un capítulo que necesitaba cerrar,
sobre todo desde el momento en que tome conciencia de que lo que había
comenzado como un simple juego llevaba camino de convertirse en una inquietante
obsesión (si es que ya no lo era), que estaba colonizando, de manera invasiva,
áreas cada vez más amplias de mi pensamiento. ¡Qué difícil resulta contigo,
Rafael, comportarse con moderación y cordura!
El
problema era que, tras tantos años de una relación tan intensa –y
tras descartar, desde un principio, una despedida brusca–no resultaba nada fácil dar con una fórmula que
permitiera una separación amistosa, ayuna de cualquier rencor que pudiera
enturbiar de por vida el aprecio que siempre tuve, y que deseaba seguir manteniendo,
hacia Rafael.
De
improviso, y de la manera más inesperada, encontré el camino. Fue –¡Quién
me lo iba a decir!– un precioso
ensayo de un amigo sobre los primeros años de Albert Camus el que me mostró la
senda a seguir. Más concretamente fueron aquellos pasajes en los que el autor,
a su manera, se dirige a Camus, los que me impulsaron a tomar la decisión,
hasta ese momento impensable, de plantear mi amigable separación de Rafael en forma
de carta, de una carta de despedida.
La
carta, como me temía, me ha salido un tanto larga. Mis temores al respecto –que
visto lo visto, estaban plenamente fundados– eran dobles: por un lado que, dada
la fascinación que siempre irradió su figura, despedirse de Rafael no iba a
resultar tarea fácil, y más para alguien que llevaba tanto tiempo a su vera; y por
otro –era un hecho más que probado– que todo lo relacionado con Rafael (y mi carta
no iba a ser una excepción) tendía, de manera inevitable, a la desmesura
CARTA A RAFAEL EL GALLO
Querido Rafael,
Antes
que nada, querría pedirte disculpas por el exceso de confianza que supone por
mi parte el tutearte a lo largo de esta carta. En mi descargo te diré que las
muchas horas que llevo merodeando en torno a tu figura y a tu toreo, junto con
la llaneza y la campechanía que siempre te acompañaron, hicieron que, con el
paso del tiempo, acabaras siendo para mí uno más de la familia.
Hay
otro rasgo –que
habla muy bien de ti–
que me animó a entrar en contacto
contigo. Se trata de que nunca te erigiste en juez de nadie, incluidos tus
compañeros de profesión, y de que en tu gran corazón, a pesar de su tamaño, nunca
hubo sitio para rencor alguno. Esto me dio la tranquilidad necesaria para
abordar contigo ciertos temas espinosos, sabiendo de antemano que tu afamada
bonhomía te iba a permitir encajarlos con absoluta naturalidad.
Te
escribo desde Valencia, desde tu amada Valencia
–¡Ay Valencia de
mi alma!–, llegaste a
exclamar. Una Valencia a la que como una muestra más de tu cariño llamaste «la Sevilla del Mediterráneo», quizás porque
aquí siempre te sentiste como en tu propia casa.
Una
Valencia con la que mantuviste un auténtico idilio; Idilio que –dado el apasionado temperamento de su público,
por un lado, y tu ineptitud para mantenerte alejado de los descalabros durante
largo tiempo, por otro–
me atrevería a calificar, si esto es posible en un idilio, de borrascoso. Un idilio,
pues, salpicado de sonados desencuentros,
en los que tu querida plaza, como tantas otras, fue un clamor, al grito unísono
de: ¡que se vaya! ¡que se vaya!
Esa
Valencia que, a la postre, todo te perdonó y a la que, en pago a su
generosidad, obsequiaste con algunas de tus mejores faenas, hasta el punto de
que en tu época circuló entre los aficionados el dicho de que: «El que quiera ver torear a Rafael que se venga
a Valencia». Esa Valencia que en su ferviente anhelo
por hacerte uno de los suyos, necesitó despojarte del ostentoso apelativo de «divino calvo» antes de revestirte con el mucho
más accesible y más huertano de «pelat».

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