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jueves, 11 de julio de 2024

EL HIJO DEL SEÑOR FERNANDO... Y DE LA SEÑÁ GABRIELA

          EL HIJO DEL SEÑOR FERNANDO... Y DE LA “SEÑÁ” GABRIELA


«Si este diestro toreara con careta, con seguridad que al ver sus hechuras y su manera de torear, todo el público diría: “ese es el hijo del difunto Gallo”; “Gallito en la Plaza es El Gallo que se fue, y éste creo que es el mejor elogio que de él se puede hacer»

                                             Chopeti. El Enano, 01/05/1898


«Bien podemos decir que el difunto Gallo  es el Ave Fénix que renace de sus propias cenizas  al ver en el hijo todo el arte y la frescura de su padre y entusiasmar a los públicos»

                                      Pepinillo. El Mercantil Valenciano, 14/08/1899


Los extractos de crónicas anteriores, todos ellos referidos a las novilladas de El Gallo en Valencia, ponen de manifiesto claramente que también los cronistas valencianos vieron en Rafael, desde sus inicios, al hijo del señor Fernando.

De él herederá todas sus virtudes: el arte, la gracia, la finura y la elegancia; y todos sus defectos: las desigualdades, los miedos y los problemas a la hora de estoquear.


«No ha habido matador a quien se hayan echado más toros al corral y que mayores gritas haya sufrido como estoqueador, siendo un maestro del toreo»

              El Bachiller González de Ribera, refiriéndose a Fernando El Gallo


Y lo que me ha resultado más llamativo, e incluso inesperado, es que por por heredar, heredó hasta sus anécdotas. Veamos: 

La respuesta que, tras una desastrosa faena de muleta, le da a Vicente Pastor, cuando éste, intentando consolarle le dice: «¡Hay que ver cómo está el público esta tarde, Rafael!”, es la misma que le da su padre Fernando a Ángel Pastor, también en la Plaza de Madrid, unos años antes: «Para ti colosal, ¡Ya los he dejado a todos roncos!» 

Cuando Belmonte, ante una gran faena de Rafael a un toro de Concha y Sierra en Valencia, le dice a Joselito: «Ya estamos yéndonos de aquí, que sobramos los dos», nos parece estar escuchando a Lagartijo, cuando ante una faena de Fernando, le comenta a Frascuelo: «Salvador, vamos a sentarnos en el estribo a ver torear».

Si su padre fue torero de arte, su madre, Gabriela Ortega, la señá Gabriela, no le fue a la zaga en lo que al ámbito artístico se refiere, pues estamos, sin lugar a dudas, ante una de las grandes bailaoras de flamenco de su época. Rival en los escenarios, y todo apunta a que también fuera de ellos, de Rosario la Mejorana, madre de Pastora Imperio, la que sería la esposa de Rafael El Gallo.

Gitana, del barrio de Santa María de Cádiz, de la extensa familia de los Ortega, un abigarrada maraña de artistas, en la que los límites entre toreros y flamencos se difuminan, y hasta se solapan, frecuentemente.

Sin ir más lejos tenemos el caso de su padre, Enrique El Gordo, matarife en el matadero de Cádiz. Mediocre banderillero y gran cantaor, al parecer, pues de él se cuenta que las figuras del toreo de su época lo llevaban en su cuadrilla, más que por sus pares de banderillas, para escuchar sus cantes. Íntimo amigo del gran Silverio Franconetti, quien, en una visita a Cádiz, tras su muerte, lo inmortalizó en una inolvidable e improvisada siguiriya: «Por Puerta Tierra no quiero pasar / porque me acuerdo de mi amigo Enrique / y me echo a llorar»

Así pues, gitano por parte de madre, llegó a ser conocido, en palabras de Gregorio Corrochano, como «El torero más gitano y el más gitano de los toreros”.

Y aquí querría resaltar algo que, aunque en principio pueda parecer  anecdótico, dice mucho respecto a las personalidades, tan diferentes, de Rafael y de su hermano José. Así como Rafael, en numerosas crónicas, aparece calificado como “gitano”, como cañí; rara vez he encontrado el término “gitano” aplicado a Joselito.

Y, ante este hecho innegable, me hago la pregunta, que tiene mucho de retórica: ¿acaso Rafael – a diferencia de su hermano José- no sólo no se ofendió, sino que se sintió orgulloso y hasta tuvo a gala ser el depositario de la idiosincrasia de ese pueblo?  

De su madre -aunque todo apunta a que su padre tampoco anduvo escaso de ingenio- heredó la gracia gitana, esa “gracia pajolera” , esa "salsa gitana" que impregnó su toreo, hasta tal punto de ser una de las expresiones más frecuentes en muchas de sus crónicas; y de sus crónicas valencianas, por supuesto, como veremos a continuación:

«La repajolera gracia gitana que nadie ha podido, ni podrá copiar jamás; Volcó sobre el tapiz toda su sabiduría, su gracia gitana y sus cosas, esas cosas que repentiza y ejecuta irreprochablemente»

                                            Latiguillo. Las Provincias, 25/07/1915 

                                     «Gracia pajolera que ni se enseña ni se aprende»
 
                                                    Riaño. El Pueblo, 26/07/1915

                             «El de la gracia torera, única, exclusiva e inconfundible» 

                                    Castoreño. El Mercantil Valenciano, 30/06/1923

Y con estos antecedentes a sus espaldas, el destino de Rafael estaba marcado desde sus inicios. Un hombre sensible como él, de una sensibilidad extrema para algunos, en el que los estímulos que recibió desde su infancia provenían, en gran medida, del toreo y del flamenco, dos de las grandes manifestaciones artísticas genuinamente españolas, estaba fatalmente abocado a acabar en el arte, en el arte del toreo en su caso. 


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