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jueves, 23 de febrero de 2023

TOREO Y FLAMENCO

                                                            






                                                               TOREO Y FLAMENCO

 

“He de insistir, sin ánimo de molestar a nadie, sobre el hecho de que sea precisamente lo nuestro aquello que se nos aparece como más misterioso e incomprensible”

                                                                 Antonio Machado, por boca de Juan de Mairena

 

“Muchas veces la verdadera elegancia española está en el pueblo, y en él tenemos que buscarla los artistas”.

                                                                                                                      Luis Cernuda

 

“El cante, el baile, las corridas de toros españolas, son artes mágicas del vuelo, sin huella y trazo que señalen su ruta para repetirse…, dándonos la fórmula barroca de lo español más vivo y verdadero con su mejor y más depurada elegancia”

                                                                                                                              José Bergamín

 

“Lorca no tiene que esforzarse conscientemente en ser popular, ya que el arte popular de Andalucía es el más sofisticado y vital de Europa”

                                                                                                                    Julian Pitt-Rivers




Toreo y Flamenco. ¡Ahí es nada! Para mí, sin lugar a dudas, las dos manifestaciones artísticas, genuinamente españolas, aunque con valor universal, más importantes, y que han constituido materias de reflexión estética y de creación poética de numerosos artistas, tanto españoles como no españoles.

Tanto la una como la otra participan de un feroz individualismo, y hacen gala así de una de las características más notables del humanismo español. Sin embargo, se trata de manifestaciones de creación colectiva, de fenómenos inversos al despotismo ilustrado del siglo XVIII, que implicaba una imposición cultural de arriba abajo, y no una atracción de abajo arriba, como ocurre en este caso.

Y en ambas es patente su origen popular. (En el caso del toreo, está claro que me estoy refiriendo al toreo a pie). “Aquí todo lo importante lo ha hecho el pueblo” diría Ortega y Gasset en su libro “La España invertebrada”, y del pueblo proceden ambas.

Siempre he creído ver en su origen una visceral reacción del pueblo español, una reivindicación de lo propio, frente al afrancesamiento generalizado de las élites ilustradas, a lo largo del siglo XVIII, tras la llegada de los Borbones a España. De hecho, tanto flamenco como toreo se consolidan en el siglo XVIII.

No olvidemos que flamenco y toreo han sufrido, a lo largo del tiempo, el desprecio, cuando no la hostilidad, de amplios sectores de la sociedad española, incluyendo parte de los intelectuales, que nunca entendieron, quizá porque en el fondo nada había que entender, la grandeza de estas dos expresiones artísticas.

En efecto. No hay nada que entender en una verónica de Gitanillo de Triana o en una siguiriya de Manuel Torre. Hay, simplemente, que tener el atrevimiento y el tipo de sensibilidad necesaria para dejarse estremecer con los “sonidos negros” de ese lance o de ese cante.

Esta expresión, acuñada por Federico García Lorca, corresponde en realidad al mítico cantaor Manuel Torre, quien un día, escuchando el Nocturno del Generalife de Manuel de Falla, le dijo al poeta granadino: “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”. Diremos de paso que Lorca se refería a este cantaor jerezano como el hombre de mayor cultura en la sangre que había conocido.

En este acontecimiento, por cierto, se pone de manifiesto uno de los rasgos más característicos y diferenciadores de la cultura española, que no es otro que la gran fascinación que lo popular ha ejercido sobre lo culto, a lo largo de los siglos.

Hay que decir que se torea y se canta bien incorporando dos sentires de compleja asimilación conjunta: la serenidad y el trance. El sentimiento hunde sus más profundas raíces entre el cálculo y el espanto, entre la precisión y el pasmo, justo en la mínima distancia que media entre el control mental y el arrebato.

Para poder elevar una simple técnica a la categoría de un arte vivo, deben aunarse en perfecto e infrecuente maridaje ambas cualidades: la técnica y el sentir. No olvidemos, que según el profesor Mario Perniola, la cultura española del siglo XX atribuye al sentir un papel fundamental en la experiencia humana.

¿Dónde hunde sus raíces este matiz peculiar de la sensibilidad española señalado por Perniola? Siguiendo al pensador italiano, podemos afirmar que encuentran su origen en la antigua escuela filosófica del estoicismo romano, que tiene en Séneca su expresión más radical.

José Bergamín, en palabras de Francisco López Izquierdo, supo entender con enorme agudeza la coexistencia de esos dos aspectos contrapuestos de la sensibilidad en las remotas raíces de la cultura española.

“La referencia a los desplantes… el ahí queda eso me parece el paradigma del alma-hecha-gesto de los españoles”, escribe Sánchez Ferlosio. Y quizá sean los toros y el flamenco, dos disciplinas íntimamente emparentadas en lo relativo a la gestualidad y al lenguaje corporal, los dos últimos reductos donde esos gestos, perdidos y en gran medida añorados, procedentes de nuestras oscuras raíces culturales, encuentran sus ámbitos de expresión.

Quizá el toreo y el flamenco, como artes anacrónicos que son, no sean más que eso: un repertorio de gestos perdidos en el tiempo. 

José Bergamín, en La música callada del toreo, escribe: “El ahí queda eso del toreo, como del baile y cante flamencos, gitanos o no, cuando alcanza por los ojos para los oídos, y viceversa, a quedarse quietos, extasiados, inmortalizados en su efímera aparición imperecedera… Ahí quedó eso. ¿Pues en dónde quedó sino en nuestro recuerdo vivo, que es personal e intransferible? Todo lo demás fue ruido”

Y remacha este autor en el mismo libro:

Las artes hice mágicas volando, nos dejó dicho con ese maravilloso verso Lope de Vega. Las artes mágicas del vuelo: el cante, el baile, las corridas de toros españolas… son artes mágicas del vuelo, sin huella o trazo literal que señalen su ruta para repetirse: artes puramente analfabetas… Por eso se dieron y se dan en España… Éxtasis del vuelo son estas mágicas virtudes del cante y baile; inquietud y sosiego juntos; que en el arte birlibirloque de torear se nos expresan o exprimen tan apuradamente, dándonos la fórmula barroca de lo español más vivo y verdadero con su mejor y más depurada elegancia”

En gran medida, la excelencia del toreo y del flamenco proviene de la desmesurada, y en cierto modo misteriosa, capacidad que poseen ambas de provocar en el espectador sacudidas de emoción que, en las contadas ocasiones en las que aparece el duende, lo transportan hacia insondables territorios donde lo racional se difumina, desbordado por sentimientos que superan y anulan toda lógica.

 La experiencia de esa emoción estética no siempre se vive en soledad, sino en compañía, pues esa emoción es, en muchos casos, simultánea a la del propio artista que la desencadena. Y si el destino nos es propicio, y el duende tiene a bien hacer su aparición, las palabras enmudecen y, al margen de nuestra voluntad, como por encanto, nos hallaremos inmersos en uno de esos inefables momentos en los que los flamencos se rasgan la camisa y a los toreros les asalta un llanto incontenible, sobrepasados ambos por una maraña de sensaciones absolutamente incontrolables. “A cada pase que daba se me saltaban las lágrimas”, decía el genial Rafael el Gallo, recordando una de sus faenas.  

 No en vano, como Terremoto y Cataclismo se refieren a Juan Belmonte los cronistas de su época, y Terremoto de Jerez es el sobrenombre artístico de Fernando Fernández Monge, uno de los más grandes cantaores de la Historia del Flamenco.

El toreo, es visto por Antonio Pradel, como “un arte efímero del tiempo justo”. Esta definición podemos hacerla extensiva al flamenco. Se canta y se torea justo a tiempo, justo a compás, ni antes ni después: antes siempre será demasiado pronto, y después siempre será demasiado tarde. Justo en ese leve resquicio se juegan toreo y flamenco lo fundamental.

Así pues, matador y cantaor, para ser considerados como artistas, han de ser maestros consumados en la medida del tiempo. Ambos deben estar en posesión de un íntimo conocimiento del tiempo, muchas veces intuitivo y, por tanto, de difícil asimilación; de lo contrario nunca llegarán a ser auténticas figuras en lo suyo.

Otro rasgo común al flamenco y al toreo es la enorme importancia que en ambas se le otorga al recuerdo. Ese recuerdo que lucha denodadamente por recuperar y prolongar las efímeras sensaciones vividas, la magia del visto y no visto, por el que Bergamín denominó al toreo arte de birlibirloque. “Lo que se recuerda, vive”, comenta la protagonista de la película Nomadland.

“Lo que nos queda es lo que no nos queda”, nos dijo Calderón en un angustioso soneto barroco.

“Lo fugitivo permanece y dura”, escribe en uno de sus versos Francisco de Quevedo.

En no pocas ocasiones, en la extenuante búsqueda de la inspiración, y en un intento desesperado de alguien en quien apoyarse, se torea y se canta acordándose de… Y es que estamos ante artes que se definen por la memoria y el tiempo y que cobran todo su sentido desde el momento en que los leemos a la luz de un pasado que siempre está vigente.

Y hablando de recuerdos, me viene a la memoria la tarde en la que Alejandro Talavante, gran aficionado al flamenco, acompañó su faena de muleta con el tarareo de algunos cantes. No pude evitar, al verlo totalmente abandonado ante la cara del toro, poner en su garganta unas inolvidables soleares de la cantaora Mercedes Fernández Vargas, conocida artísticamente como La Serneta: “Tengo el gusto tan colmao / cuando me encuentro a tu vera / que si me dieran la muerte / creo que no la sintiera”.

La muerte, siempre la muerte, acudiendo puntual a la cita, tanto en el flamenco como en los toros, como corresponde a dos modos de expresión que comparten, en su permanente meditatio mortis, un sentimiento trágico de la vida. Sentimiento, por otra parte, profundamente arraigado en el barroco español,

                                                         Manuel Hernández

                                                  Valencia, 12 de Octubre de 2021







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