«Con Rafael el Gallo la sensación de lo bello es tranquila como la del que contempla un lago suizo o una figura helénica»
Un maleta. El Pueblo, 28/07/1914
«Nunca ante una faena del Gallo te habrá ocurrido la idea de que la muerte danza siniestramente por allí cerca»
Patillitas. Las Provincias, 27/07/1926
Los anteriores extractos me ha conducido, tal vez porque se trata de dos planteamientos antagónicos, a un comentario de Paco Media Luna, en el que al referirse al Belmonte inicial, nos dice en una de sus crónicas: «Cada vez que hacía el paseo, hacía entrar a la Tragedia por la puerta de caballos».
Pues bien, en el caso de El Gallo bien podríamos decir: «Cada vez que hacía el paseo, hacía salir a la Tragedia de la puerta de caballos».
Y es que Rafael y la Muerte, esa invitada tan indeseada y, sin embargo, tan presente en la Fiesta, nunca hicieron buenas migas, como si de dos enemigos, irreconciliablemente malquistados, se tratara.
Ante el toreo alegre, sin asomo de dramatismo, tan alejado de la tragedia, de El Gallo. la Muerte nunca acabó de sentirse a gusto, pues siempre se supo relegada, totalmente fuera de lugar. No es difícil, por tanto, imaginar a la Muerte, acostumbrada como estaba a ejercer de protagonista a lo largo de la historia del toreo, con cara de circunstancias, contrariada, ante el papel secundario que le tocó representar en ese toreo tan festivo de Rafael.
Incluso, lo reconozco, he llegado a recrearme, complacido y hasta con cierta sorna, en contemplar como en su rostro iba apareciendo un gesto adusto, un rictus de amargura, al saberse el patito feo, la nota discordante, en esa jubilosa oda a la vida, que no otra cosa es la tauromaquia de Rafael El Gallo.
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