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lunes, 22 de octubre de 2012

JULIO APARICIO Díaz. Capa





















Julio Aparicio Díaz, hijo del maestro Julio Aparicio, nació en Sevilla el 4 de enero de 1969. Se presentó con picadores en Gandía el 8 de febrero de 1987, lidiando novillos del Torreón. Hizo su presentación en Madrid el 16 de julio de 1989, actuando en corrida mixta con el diestro Curro Vázquez y lidiando ganado de Torrestrella. El primer novillo que mató en Las Ventas se llamó Merenguito, colorado de pinta.

Tomó la alternativa en Sevilla, el 15 de abril de 1990, de blanco y oro, siendo su padrino Curro Romero y actuando de testigo Espartaco. El toro pertenecía a la ganadería de Torrestrella, negro de capa y de nombre Rompelunas.

Confirmó la alternativa en Madrid el 18 de mayo de 1994, de grana y oro, con Ortega Cano como padrino de la ceremonia y Jesulín de Ubrique de testigo. El toro de la confirmación se llamaba Candelero, negro zaíno, y pertenecía a la ganadería de Manolo González.

Esa tarde, Aparicio cuajó la faena de su vida al toro Cañego de Alcurrucén, al que cortó las dos orejas con las que saldría a hombros por la Puerta Grande. Una de las faenas más importantes de los últimos 20 años en la plaza de Las Ventas por la inspiración, el pellizco, el arte, el gusto, el desmayo, la hondura, la lentitud y la maestría en suma que llevó el sello de Aparicio. Después de dar un par de pases de tanteo, el diestro echó a correr hacia el centro del ruedo y allí comenzó su más bella obra. El diestro salía llorando de la cara del toro después de cada tanda. Madrid estaba a sus pies. Tras pasaportarlo de una estocada, el diestro, desfondado, se sentó llorando sobre las tablas. Las dos orejas conseguidas a ley le consagraban como artista y como figura del toreo. Con las dos orejas se fue llorando a Antoñete y le dijo: "Me he acordado de usted, maestro".

Joaquín Vidalla crónica para El País, titulada Fue el toreo soñado, escribió: 

 “El toreo perfecto, el toreo mágico; la suma y compendio de cuantos retazos de toreo profundo, emotivo y bello se hayan podido ver en toda una vida de aficionado. Aquellos muletazos de dominio, aquellos pases de suavidad infinita, la galanura de las trincherillas y de los cambios de mano, los naturales en su expresión más pura, los redondos convertidos en exquisitez; el broche deslumbrante de las suertes cabalmente ligadas, resuelto mediante el revoloteo jubiloso del pase de pecho el embrujo del ayudado; la estocada en la cruz a volapié neto, volcándose el matador sobre el morrillo del toro”.


Javier Villán en su crónica de El Mundo escribe:

“Lo que se produjo en el quinto, un nobilísimo y bravo ejemplar de Alcurrucén, fue una subversión. La sombra apática, melancólica, huidiza e indefensa, alzó su arrogancia infinita sobre el rojo caliente de una muleta planchada. Aparicio, de golpe, recuperó el aroma y el sabor y el saber. Las únicas sombras que quedaban entonces por el ruedo era el claroscuro tenue, apenas insinuado, del misterio................Aparicio se había desbordado en seis muletazos nada más y la plaza era un volcán en erupción..............Llegó la estocada rotunda y exacta. Obra tan corta, tan intensa y tan bella halló su culminación adecuada”.


Vicente Zabala, crítico de ABC, la primera virtud de Aparicio consistió en:

“haber sabido ver con prontitud la excelente condición del toro, para enfrentarse con él con inesperado arrojo y entrega total............. Se impuso la aromática personalidad del torero sevillano, que enderezó la figura y bajó la mano con asombrosa torería, lejos de cualquier afectación teatral...................Surgieron muletazos primorosos, preñados de estética; la bien plantada figura erguida y la muleta a rastras. Había en los pases mucho sabor y hondo sentimiento, que llegaba a la sensibilidad de los más exigentes aficionados”.

En entradatoro.com leemos la siguiente crónica de esta histórica tarde del 18 de mayo de 1994:

"En el quinto, con la muleta, después de un par de pases de tanteo, echó a correr hacia el centro del ruedo. Comenté entonces con mi compañero de asiento si no habría tenido una visión el torero. Nos extrañaba, pero debió ser algo así. Desde allí, citó al toro y lo embebió en su muleta con pases de una inspiración desbordada. Toreó no sé si por bulerías, soleás o alegrías. Pero toreó flamenco en cualquier caso. Era un toreo desgarrado. Técnicamente perfecto, pero radicalmente nuevo. Inimitable. Un toreo con el corazón. Arrebatado. Mezcla de improvisación y genio. De sentimiento y raza. De profundidad y adorno pinturero. Desde la primera serie la gente vibró de una forma que pocas veces he visto en una plaza de toros, y casi ninguna en Las Ventas. Hubo quien se echaba las manos a la cara. Se pellizcaba para ver si estaba soñando. Abrazaba a quien tenía al lado. Aquello no era una faena al uso. No era sólo buen toreo. Era magia. Un momento único que hacía sentirnos privilegiados a todos los que estuvimos allí. El torero lloraba, desfondado, después de cada tanda. Y se sentó derrumbado junto a las tablas después de matar al toro. Se vació por completo y nos hizo sentir la inmensa majestad del arte a eso de las ocho y media de la tarde"

A partir de ahí su nombre se instaló en la cúspide del toreo de aquellos años, y comenzó a entrar en las principales ferias y plazas de España y de América.

En la plaza de México confirma su doctorado el 13 de noviembre de 1994, de manos de Jorge Gutiérrez, quien en presencia de Manolo Mejía le cede la muerte de un ejemplar de la ganadería de Xajay, de nombre Retoño.

No obstante, su particular concepto del toreo, de inspiración y arte, le jugó malas pasadas, y su carrera comenzó a perder fuelle, tanto que en 1998 decidió retirarse por primera vez, y volviendo en el año 2000 en la plaza navarra de Fitero.

Su carrera, de muchos claroscuros, no acabó de tomar vuelo, ya que aquel Aparicio de 1994 en Las Ventas no volvió a aparecer nunca más. No obstante, toreó en plazas importantes pero prácticamente en todas pasó de puntillas, incluida Las Ventas de Madrid, donde siempre se le ha esperado por el recuerdo imborrable de aquella faena de dos orejas de 1994.

Los últimos años fueron los más aciagos en la carrera de Aparicio, no sólo por la falta de triunfos, sino porque fue cuando más percances sufrió, como el del Domingo de Resurrección de 2008 en Las Ventas, cuando un toro del Puerto de San Lorenzo le infirió una grave cornada de 25 centímetros en el muslo izquierdo.

El 21 de mayo de 2010, durante la Feria de San Isidro, sufrió una gravísima cogida cuando un toro le empitonó por el cuello, saliendo el asta por la boca del diestro, y produciéndole una gran herida y la fractura del maxilar superior. Fue rápidamente trasladado al Hospital 12 de Octubre, donde fue intervenido quirúrgicamente durante seis horas.

El 29 de mayo de 2012, al finalizar su segunda corrida de Las Ventas después de su reaparición, pidió a su compañero El Fandi, en presencia de Miguel Angel Perera, que le cortara la coleta de manera inesperada, tras fallar con la espada en su último toro de aquella tarde.


Jorge Laverón, en su Historia del Toreo, escribe:

Julio Aparicio Díaz. Es una reserva, una referencia, para los que gustan del toreo de arte y de filigrana, sin grandes dotes lidiadoras”











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