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sábado, 13 de octubre de 2012

Julián López, el JULI. Muleta en color

































Julián López Escobar, El Juli, nació en Madrid el 3 de octubre de 1982. Es hijo del novillero del mismo nombre. Muy pronto ingresó en la Escuela de Tauromaquia Marcial Lalanda de Madrid, donde inmediatamente se le apreciaron unas cualidades excepcionales para ser torero. El 1 de mayo de 1993 debutó en público en Villamuelas (Toledo), pueblo natal de su madre, y mató su primer becerro. A los doce años, el 20 de julio de 1995, se vistió de luces por primera vez en Mont-de-Marsan (Francia).

Tras varias becerradas en España, y sin haber cumplido aún la edad reglamentaria para torear en este país, decidió viajar a México, nación en la que la edad no supone impedimento alguno. Allí muy pronto conquistó a aquella afición, logrando ya una popularidad que en muchos aspectos nunca ha superado en España. Debutó con picadores en Textoco (México), el 16 de marzo de 1997. El 24 de mayo de 1998 triunfa en la Real Maestranza de Sevilla, cortando dos orejas a un novillo de Juan Pedro Domecq. Se presentó en Madrid el 13 de septiembre de 1998, estoqueando seis novillos en solitario, y acabó saliendo por la puerta grande tras cortarle las dos orejas a su quinto novillo.

Tomó la alternativa en Nimes el 18 de septiembre de 1998, teniendo como padrino de la ceremonia a José María Manzanares, y a Ortega Cano como testigo. El toro, de la ganadería de Daniel Ruiz Yagüe, se llamó Endiosado. Salió a hombros tras cortar dos orejas.

Confirmó su doctorado en la Plaza México el 6 de diciembre de 1998, siendo Miguel Armillita su padrino y Mario del Olmo el testigo de la ceremonia. Los toros fueron de la divisa de De Santiago. Confirmó la alternativa en Las Ventas el 17 de mayo de 2000, con el toro Pintaguito, de Samuel Flores, actuando de padrino Enrique Ponce y con Francisco Rivera Ordóñez de testigo.

Cossío escribe:

"En la trayectoria de El Juli había dos conceptos fundamentales, que son los que le llevaron al éxito: su capacidad para estar bien con los animales y para conectar con los públicos, y también el aire nuevo de variedad, creación y alegría que trajo con el capote. Julián perdió la timidez y la pereza que caracterizaba a los toreros actuales, muy poco habituados a mostrarse competitivos y variados con el capote, y con éste en las manos formó auténticos alborotos. Además, inventó o patentó dos nuevos quites; la lopecina (en el que realiza el giro de la chicuelina pero con el capote a la espalda) y la escobina, que venía a rebautizar la mexicana y nunca ejecutada ante los toros zaponina, un quite difícil en el que se juega con los vuelos del capote para desviar la trayectoria del animal"


Domingo Delgado Cal, en su libro Del paseíllo al arrastre, escribe:

"El Juli es un torero que me encanta, pero en su faceta de torero poderoso y dominador. En esto es de los más grandes que ha habido en la historia. Tiene una raza y un concepto de la responsabilidad igual que el del incomparable Joselito el Gallo. Y tiene una gran muleta: lenta, candenciosa,mandona.............No es exquisito, ni falta que le hace. Lo suyo es el mando y la obra recia y maciza. Y cuidado con la verónica del Juli, que la va afinando y alguna vez nos ha sorprendido con un toreo impecable. Con la espada no es Camino, pero cuando quiere matar, que es casi siempre, mata. Efectividad total. En resumen un torerazo....................Sin embargo, en lo que no me gusta nada es en la faceta que todos le cantan. En su intento de abarcar todas las facetas del toreo, ha querido ser variado con la capa y buen banderillero..................Con las banderillas es del todo vulgar............Y en quites, mucha escobina, mucha lopecina, pero ninguna elegancia y mucho barullo.............A mí el barullo capotero del Juli me ha dado igual. Yo esperaba tranquilamente a la demostración de poderío con la muleta"


Zabala de la Serna, en la crónica para el periódico El Mundo, de la faena realizada por El Juli el 22 de agosto de 2001 a un toro de Victorino Martín, en Bilbao, al que le cortó las dos orejas, escribe:

"El Juli cosió el temple a sus avíos desde el saludo con el capote engatusador a Dulce, pura armonía. Lo lidió para encelarlo, con los vuelos, en una vuelta completa, juego de brazos y muñecas en la media de broche. El quite tras el medido puyazo fue orfebría de chucuelinas y cordobinas, las tijerillas abiertas de Jesús Córdoba, con todo el pecho por delante. Cumbre la templanza que sería la que presidiría la obra julista. Muy convencido El Juli del bravo toro y de sí mismo, brindó al público. Inicio clavado, desarrollo a puro pulso, templadísimo, potenciando las virtudes dulces y tratando con manos de alfarero las carencias y alguna arista, muy toreada la embestida, siempre puesta la muleta, y compuesto y natural por la mano izquierda. Más natural precisamente Juli y fluido que otras tardes de esta temporada de ataque y a veces atacada en las formas. Fluyó todo hasta el cierre por manoletinas con aires de giraldillas, una capetillina y una estocada de allá voy"

Antonio Lorca, escribió en el periódico El País la siguiente crónica, titulada el Juli, un torero de fuste, sobre la actuación de El Juli en la Maestraza de Sevilla el 29 de abril de 2011:

"El diestro madrileño sale a hombros por la Puerta del Príncipe de la Maestranza tras demostrar temple, oficio, seguridad, buen gusto y mando...................El Juli salió a hombros después de demostrar que es un torero de fuste; es decir, de entidad y sustancia. Atraviesa una etapa de gracia, de temple, de oficio, seguridad, buen gusto y mando. Tiene las ideas muy claras, derrocha ambición y entrega, y actúa como la ilusión de alguien que empieza, como si le quedara todo por hacer. El Juli es un maestro consagrado, porque parece que ha superado la técnica y torea con el alma, con solemnidad. Salió a por todas; persiguió a su primero por toda la plaza, un manso corretón y huidizo de salida, y presentó sus cartas en un quite de tres verónicas y media dibujado con el corazón, capotazos hondos, y profundidad y empaque en su ejecución. El toro, noble y encastado, llegó a la muleta con la codicia suficiente para que el torero expresara su concepción el toreo, basada en el dominio absoluto y muletazos largos y ligados. Con un conocimiento exacto de los terrenos y de las condiciones de su oponente, lo embarcó en la muleta y los derechazos surgieron con tanta dimensión, que acabaron en circulares engarzados con pases de pecho henchidos de torería. Bajó el diapasón con la mano izquierda, pero algún natural meritorio consiguió tras doblegar el instinto del animal. La estocada cayó trasera, aunque la ejecutó a ley, volcándose en el morrillo como si en ello le fuera la vida. Y se ganó dos orejas justamente, sin discusión alguna"

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