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miércoles, 9 de mayo de 2012

ANTOÑETE. Derechazos, Doblones............





 Es esta sinfonía
del capote, que suena,
¿a qué? He aquí el misterio.
Todo, la tela, el aire
de la distancia, toda la embestida,
agresiva y solemne,
y cuando el temple llega, ya es un canto.
He aquí el toro, que aun no tiene nombre,
él se lo da ya más, y quiere, y salva.
Esa manera a solas andándose en la plaza,
el movimiento interno, el del tanteo,
se maciza,
y se hace tacto y aire al mismo tiempo,
cuando llega el embroque.
Aparición sin tiempo.
¿Frontal o circular? ¿Es movimiento
o reposo?
La lejanía, la proximidad,
helas aquí. El bien sabe
la religiosidad del humo y de la sangre:
lo más vivo. Y le llega
una revelación oscura, por la izquierda
o bien por la derecha, y está el cuerpo
ofrecido, total, aquí en su pecho, en poderío y mármol,
entre la magia y la sabiduría.


                               Claudio Rodríguez. Toreando. Homenaje a Antoñete. 1986












El propio Antoñete, en el libro Todas las suertes por sus maestros, de José Luis Ramón, comenta:

"En este tipo de muletazos de poder que estoy describiendo, muchas veces me gustaba clavar la rodilla en tierra; a veces, en el primer pase, cuando el toro venía de largo con fuerza o recorrido; en otras ocasiones, al final de la serie, para a continuación enderezarme y ya ponerme a torear................Este muletazo rodilla en tierra parece, en su ejecución, un movimiento de ballet, por la forma en que las piernas describen dos ángulos rectos. Es, desde luego, de una gran belleza. Este toreo de poder es muy clásico, tiene un gran fondo y torería. Estos muletazos de poder, con la rodilla en tierra o simplemente estirada, son importantísimos en el toreo, siempre lo han sido, porque lo que el toro vaya a ser en la faena de muleta va a depender en gran medida de cómo se hagan las cosas en este momento"


El propio Antoñete, en el libro Todas las suertes por sus maestros, de José Luis Ramón, escribe:

"Por lo que respecta a la expresión estética, desde mi punto de vista es fundamental la apertura del compás y el hecho de quebrar la cintura, de romperla. Pero esto ocurre ya en el segundo muletazo, cuando el torero coge al toro más de cerca............de ahí que los pases buenos de cada serie sean siempre los segundos, terceros, cuartos...................Es cuando el torero está más cerca y, lógicamente, más entregado................En el momento de pasarme al toro por la cintura, a mí siempre me ha gustado meter los riñones, dejarme caer sobre ellos, pero no con desmayo, que es una palabra que nunca he entendido..........El muletazo no debe ser ni una línea recta absoluta, ni una circunferencia completa. Hay que hacer un semicírculo, llevarse al toro atrás, pero sin codillear"






Antonio Chenel Albadalejo, Antoñete, nació en Madrid el 24 de junio de 1932.  Su infancia transcurre junto a su tío, mayoral de Las Ventas, que le ayuda en sus deseos de aficionado. Viste de luces por primera vez en 1949 en Madrid. Se presenta con picadores el 18 de febrero de 1951, en Barcelona.

Tomó la alternativa en Castellón el 8 de marzo de 1952, de manos de Julio Aparicio, que le cedió la muerte de Carvajal, de la ganadería de Francisco Chica.

Confirmó la alternativa en Madrid el 13 de mayo del mismo año, de manos de Rafael Ortega, que le cedió el toro Rabín, de Alipio Pérez Tabernero.


"Antonio Chenel "Antoñete" no es el maestro que más torea en esta década, sino el que lo hace mejor y con más pureza. Los tiempos de su alternativa han quedado muy atrás.............Dejó de torear en 1959 -nos comenta Fernando Claramunt, en su Historia del Arte del Toreo-   y volvió a los ruedos en 1961 y 1962. Otra pausa de un año. Siete corridas en 1963 y una solamente en 1964. Ya nadie esperaba nada de él. Pero se le ocurrió torear de maravilla a un toro de Félix Cameno en corrida festival en 1965; sus compañeros son el mexicano Jesús Delgadillo "El Estudiante" y el albaceteño Pepe Osuna, igualmente bajos de cartel. Le otorgan las dos orejas. Al año siguiente, contratado en San Isidro, realiza la faena a Atrevido, el ensabanao de Osborne, el toro blanco, que ha pasado a la historia del toreo. Repite una buena actuación en la corrida de Beneficencia, junto a Paco Camino y "Viti". A continuación la corrida de la Prensa, alternando con Antonio BienvenidaCurro Romero; se disputan la Oreja de Oro, que va a parar a sus manos. Aumentan sus contratos, pero sobrevienen dos cornadas. En 1967 torea 51 tardes en las mejores plazas. Desciende en los años siguientes. Ninguna en 1971 y 1972...............Reaparece en 1973. Ese año y los que siguen torea diez, cinco y dos corridas. Se despide del toreo en 1975 lidiando seis toros. Al segundo le corta una oreja. Años de nostalgia y soledad hasta el 12 de abril de 1981, en Marbella, en que hace el paseíllo junto a Rafael de Paula y "Currillo". Le dan una oreja y termina lidiando treinta y dos corridas en España y varias más en América. El 2 de junio de 1982, enorme triunfo en la Monumental madrileña; dos orejas y numerosos contratos, que no puede cumplir por lesiones óseas. Sube su cartel en 1983 y 1984, le llueven trofeos y premios, pero anuncia su despedida, que tendrá lugar el 30 de septiembre en mano a mano con Curro Vázquez. Actúa en festivales, y en 1987 viste otra vez de luces para torear nueve corridas y cortar una sola oreja; en 1988 sólo seis tardes y una oreja........................Pocas veces se ha gritado en las gradas con tanta convicción y fuerza "¡torero, torero!", como cuando toreaba a gusto "Antoñete"
La faena que llevo a cabo con Atrevido, el toro ensabanado de Osborne, el 15 de mayo de 1966 en Las Ventas, forma ya parte de la Historía de la Tauromaquía.


Falleció en Madrid, tras una larga enfermedad respiratoria, el 22 de octubre de 2011.

Cossío escribe:

 "Le faltó decisión para sostener un cartel que conquistara en sus años de lucha y que se le fue de las manos cuando sus legítimas ambiciones de fortuna habían sido logradas. Una huella de simpatía acompaña su recuerdo en cuantos le conocimos" De nuevo en el tomo V del Cossío leemos líneas teñidas de nostalgia y melancolía recordando los buenos tiempos del torero. Entre líneas parecen caer lágrimas por culpa de tanta abulia y falta de lucha, atemperadas por el leve consuelo de los contados momentos de decisión en que brilló el arte puro.

La Tauromaquia de Antoñete, libro de José Carlos Arévalo, da precisa cuenta de la personalidad del diestro, de su concepción del toreo a lo largo de las etapas que enlazan los tiempos de Antonio Bienvienida con los del Niño de la Taurina. Llega un  momento en que el escritor se calla para que hablen, sin palabras, las fotografías.

"En el arte de Antoñete, el desgarro es armónico y la armonía es profunda"

Juan Posada escribe:

"En 1981 reaparece Antonio Chenel, Antoñete. Torea como aprendió en sus comienzos, en los cincuenta. La generalidad se queda sorprendida. Sus maneras, inéditas para muchos, hacen pensar en un nuevo estilo torero. Y no es así. Manejó las distancias como lo hacía en sus primeros tiempos. Algo que apenas nadie conocia. Claro. ¡La mayoría toreaban acosando a los toros!.....................Triunfó y revolucionó el cotarro. Antonio citaba más bien largo a casi todos los toros.  Les daba sitio, espacio y, lo más importante, respiro................Aprovechaba el aditamento de fuerza que les proporcionaba la inercia y, ¡milagro!, le servían la mayoría de ellos. Esa forma le permitía interesar al personal antes de dar un solo muletazo. Durante el tiempo en que se dirigía al punto de encuentro con el animal, el público estaba pendiente de ambos.....................Fue el primer sorprendido de su rápido y explosivo triunfo, porque él había hecho lo de siempre: simplemente torear......................Devolvió emoción al toreo. Demostró que se desaprovechaban muchas reses. El encimismo de moda las inutilizaba. Dejó claro que es imprescindible guardar la distancia entre toro y torero. Manejar los espacios en beneficio del arte de torear"

Extraemos algunos párrafos de la crónica que Antonio Díaz-Cañabate, crítico de ABC, escribió la tarde del 15 de mayo de 1966, la del toro de Osborne:

"Este Antoñete está superior, está por encima del toro. ¡Chico, que manera de torear!...............No es un toreo de ayer, ni de hoy, sino de siempre............Ahora le tocaba salir a aquel histórico toro blanco que había levantado tanta expectación entre los aficionados. «Vamos a ver el toro ese que dicen que es blanco. ¡Qué cosas! ¡Un toro blanco! ¡Ahí está! No me gusta. Yo creía que era otra cosa, un toro bonito. Pero la gente es muy novelera».

Poco a poco, el señor Chenel fue entrándole a la bestia, haciéndose a él con acierto. «Mira esos apuntes de verónicas. No está mal; cortitos, pero finos, suaves». Unas verónicas cuya ejecución eran un homenaje al torero Juan Belmonte, conocido como el Pasmo de Triana, de quien Antoñete se había declarado admirador en muchas ocasiones. ..................Eso es torear sencillamente, con la sencillez de la elegancia, de lo delicado, de lo fino, de lo sutil..............Aquella faena quedó grabada con letras de oro en la historia de la tauromaquia, de un torero de gran clase, con un estilo absolutamente clásico y deudor de la estética de Belmonte y la técnica de Manolete, que nació en Madrid... muy cerca de Las Ventas"
Joaquín Vidal, en la crónica titulada La muleta planchá, publicada en el periódico El País del 30 de octubre de 1995, escribe: 

"Le pidieron a Antoñete que pusiese la muleta planchá, para que se viera. No es que Antoñete la fuese a poner arrugá sino que su forma de torear, al ortodoxo estilo -que demanda muleta planchá, ofrecer el medio pecho, cargar la suerte- – es lo que esperaba del veterano maestro la afición. “¡Ponga la muleta planchá, rnaestro!”, se oyó gritar en el tendido. Y fue el maestro y la puso como para perpetuarla en bronce.La presentó Antoñete tan frontera al toro, tan geométricamente perpendicular a su lomo y su línea de flotación, que no cabía más. Cuando la afición se refiere a la muleta planchá quiere decir que no esté oblicua; quiere decir que no adelante el pico al pitón contrario para aliviar la embestida. La muleta planchá era un símbolo y mostrado de avanzadilla en. todo su esplendor; vino luego la verdad de la vida, la realidad del toreo, y ese lo interpretó Antoñete en su cabal grandeza. Toreo sobre la mano diestra, que por la siniestra el toro iba peor. Toreo de mando, temple y ligazón. Toreo ajustado en los pases y en los tiempos. El toreo tal cual es: tres redondos y el de pecho, y no hace falta añadir ninguna sesión a destajo. El de pecho de remate, o el. cambio de mano, o la trincherilla, que también esperaba anhelante la afición"

Domingo Delgado de la Cámara, en su libro Revisión del toreo, escribe:

 "Antoñete, además de torero de gran clase, ha sido un extraordinario técnico. Diría más, un virtuoso de la técnica torera. Sólo así, con un perfectísimo conocimiento de la técnica y de los toros, ha sido capaz de triunfar a una edad inverosímil, delante del cuajadísimo toro que se lidia en Madrid. Y valor, porque hace falta mucho valor para, a esa edad, dejarse venir desde veinte metros un toro de Madrid. Antoñete ha manejado con especial lucidez todo lo que se refiere a los terrenos donde ejecutar la faena. Con el mínimo esfuerzo posible ha sabido sacar las más largas embestidas de los toros"

Carlos Abella escribe:

"Gracias a la inmensa calidad y autenticidad de su toreo, Antonio Chenel Antoñete ha podido superar sus limitaciones de carácter y remontar el vuelo de su vida en muchos momentos clave. Él mismo ha reconocido en muchas ocasiones su indolencia y bohemia, que por otra parte ha alimentado que, en el final de su vida profesional, se haya creado la leyenda y el culto a la personalidad. Los partidarios de Antoñete hemos admirado su toreo.................pero sin hacer de ello una religión, porque cada admirador de Antoñete ha sido consciente de que el culto a su toreo tenía que ir acompañado del suficiente escepticismo........................reconociendo su superioridad estética sobre otros toreros de todas sus distintas épocas, más regulares en carácter, en profesionalidad y en aprecio popular"

"Un torero dotado como pocos en el siglo para interpretar, sin la mínima ventaja, el mejor y más puro toreo clásico. La verónica honda, la media belmontina, el sabroso pase de la firma seguido del imponente trincherazo para iniciar la faena y luego la majestuosidad de su toreo con la derecha y la sinceridad y pureza de su toreo con la izquierda, rematados con largura y naturalidad con el obligado de pecho. Y todo ejecutado sin forzar la figura, sin encorvamientos, sin un ápice de violencia y con la rotundidad estética que exige el toreo asentado en las zapatillas.....................capaz de asumir el más puro clasicismo con la sobriedad más sabrosa"


El historiador francés Bartolomé Bennassar, en su Historia de la Tauromaquia, escribe:

"Antonio Chenel, apodado Antoñete, al igual que Manolo Vázquez pero con un estilo distinto, fue uno de los que mejor interpretó, en este siglo, el pase natural. Proporcionaba a este pase una extensión, una profundidad y una duración insólitas gracias a un temple extraordinario y con el golpe de muñeca final, suave y sutil, volvía a colocar al toro a la distancia exacta para el siguiente pase, sin que fuese necesario al torero "rectificar" su posición. En sus inicios Antoñete fue también un matador riguroso y seguro, pero varios accidentes óseos le debilitaron la muñeca y perdió su fama de estoqueador. Era muy apreciado en Francia, donde cuajó algunas de sus más bellas faenas, como aquella antológica del 18 de diciembre de 1966, en Toulouse. Dilapilador, amante de la vida nocturna, Antoñete se pasó muchas temporadas en blanco y casi desapareció de la profesión entre 1959 y 1964. Pero el 6 de agosto de 1965, con motivo de una de las corridas de la temporada de verano en Madrid, en la que sólo actúan toreros de segunda fila, obtuvo un éxito apoteósico, y reveló a un público de turistas boquiabiertos lo que podía ser la corrida. De allí su vuelta a los ruedos y su gran temporada de 1966, en la que el 15 de mayo en Madrid inmortalizó el nombre del toro Atrevido, un raro ejemplar casi completamente blanco (ensabanao), que dio a su triunfo un carácter mágico. Esta faena le valió para firmar 51 contratos en 1967. Arruinado con frecuencia, Antoñete tuvo después varias reapariciones milagrosas. A pesar de sus "ausencias" ha quedado como uno de los artistas más puros de la postguerra"


Jorge Laverón, en su Historia del Toreo, escribe:


“Ha sido seguramente el mejor torero de los últimos 40 años. Un torero excepcional, pero irregular. Torero de grandes triunfos y enormes fracasos. Antoñete ha sido tan puro como Rafael Ortega, pero con más arte, y tan clásico, valiente, artista y hondo como Antonio Ordóñez; incluso más profundo, pero menos constante……………….Antoñete fue relativamente pocas veces herido por los toros, pero los huesos se le rompían con tanta facilidad que le llamaron el torero de cristal


Felipe Garriges, en su libro Abriendo el compás, escribe:



"En esta última época quien ha tenido mejor sentido de las distancias, en su componente espacio-tiempo –o sea, ritmo- ha sido sin duda Antoñete. Como hemos dicho, no basta con ponerse una tarde, casualmente, lejos del toro. Es algo mucho más profundo, un sentido del toreo, la compenetración total. Todavía de vez en vez, en algún festival, el maestro Chenel nos lo recuerda.”




Semblanza de Antoñete



“¿Y qué veían tus ojos de nostalgia? Veían faenas a lo Tancredo, coletudos cazurramente empeñados en ligar los muletazos como sea. Algo saludable –pensabas- si no se llevara a la exageración de las contorsionistas turcas……….Porque el toreo es mucho más: naturalidad, flexibilidad, enganchar a los toros por delante, viéndoles llegar, para luego acompañarlos con el pecho, la cintura y, sobre todo, con el corazón. Y todo despacito, para que el muletazo no acabe nunca, que parezca eterno. Y dándole sitio al toro para que el público vea que es bueno y que es bravo y no ahogarlo, yéndote y volviendo al toro sin aspavientos, con esa economía en el gesto que te caracteriza…………Porque te sentías capaz de volver…………Y te encontrabas capaz de darle distancia al toro, para lucirlo, porque tú disfrutas con el toro bravo y lo quieres, aunque después tenga que morir. Y pedirle el esfuerzo que significaba la embestida en el momento preciso, como hace el buen jinete con su caballo. Anticipando unas décimas de segundo el movimiento del trapo a la llegada del toro, para sugestionarle y ralentizar su embestida. Que no otra cosa es el temple………..No importa lo que te vayas a “llevar” en tu retorno, Antonio, si dejas en alguna ocasión el aroma del buen toreo y el sentido de las distancias. Para que no se nos olvide lo que es la distancia……….., y no te preocupes, que ocasiones habrá”
 


Domingo Delgado de la Cámara, en su libro Revisión del toreo, escribe:

"Para clásico Antoñete. Siempre y en todo momento.............Antoñete, además de un torero de gran clase, ha sido un extraordinario técnico. Diría más, un virtuoso de la técnica torera...................Antoñete ha manejado con una especial lucidez todo lo que se refiere a los terrenos donde ejecutar la faena................Además de un conocimiento muy exacto de los terrenos, ha sabido presentar los engaños y ha tenido un sentido de la ligazón absolutamente extraordinarios, rozando la perfección. Presentaba la muleta muy plana y el giro de la muñeca era absolutamente suave. La dejaba muerta en la cara del toro y tiraba del toro como si tal cosa..............Ligaba los pases sin corregir la posición de una manera extraordinaria. La ligazón entre el natural y el de pecho sin enmendar el terreno, era magnífica. Antoñete exponía al máximo, y sólo podía salir indemene manejando la técnica torera como sólo él la manejaba............Nadie ha toreado con esa pureza...............¡Ay, la clase de Antoñete! La tuvo desde que dio el primer muletazo al primer becerro.............Antoñete, paladín del clasicismo: pecho fuera, pierna para adelante, pero toreo ligado en el sitio de Manolete. Los grandes toreros de la segunda mitad del siglo XX siempre han vuelto al mismo sitio: maneras belmontinas, pero técnica manoletista, única forma de torear admitida por todos, toreros y público............No quiero olvidarme de la media verónica de Antoñete, el homenaje más puro y sincero que los toreros de hoy han hecho a Juan Belmonte"


Francisco Brines  en sus Reflexiones taurinas de un convaleciente. Publicado en Quites, nº 2 (1983). Del libro El sentimiento del toreo, de Carlos Marzal, 1986., escribe:



“Antoñete, en horas crepusculares, tiene otra significación, la que le da al agua viva la mutación del cauce. Me explicaré. Recuerdo la primera vez que le vi torear, en la plaza de Valencia. Nunca supe de nadie con una mayor presencia adolescente; iba vestido de cielo y oro. Ya su toreo se mostraba con sorprendente hondura, pero con un halo de temblor a la vez que quizás no fuera más que aquella fragilidad del cuerpo. Recuerdo que, ante un amigo que todavía no había podido verle, hice la pintura de su toreo por aproximación a lo conocido. Barajé los nombres de Julio Aparicio y de Antonio Ordóñez, en la seguridad de que estábamos, como en el caso del primero, ante un lidiador poderoso, con una definida y natural estética, pero con algo más, pus parecía que podía acercarse al artista. El agua que atesoraba su toreo era clara, y así sonaba en la tarde, como otros la esconden oscura y misteriosa. Pero el agua, sea por oscuridad o por transparencia, es siempre un cuerpo invisible, y sólo nos es permitido oírla, y lo que se nos concede ve, la superficie, que es siempre aparición y adivinación (forma y ensueño), lo es en el vestido del cauce. Es a través de éste como tomamos posesión del río. Igual ocurre con el amor, en que sólo a través del cauce limitado del cuerpo, logramos o intentamos la escondida e infinita posesión…………….Han pasado los años y no ha mermado el agua, y su permanencia es su claridad y su sabor, pero ya el cauce es otro, tan distinto en el caso de Antoñete, que la emoción es, siendo la misma, otra. Vemos a un torero cincuentón, con más estampa de peón veterano que de rutilante maestro, un punto desfondado. Y así es, hasta que oímos correr el agua. Y aquí el milagro. No hay torero hoy en activo con mayor elegancia que él ni, cuando torea, las convergentes curvas del torso y la pierna hacen conjuntamente una línea más grácil y sólida a la vez que la de este diestro veterano. Todo es depuración, así la elegancia como el conocimiento: lo externo y lo interno. De ahí que su andar, la distancia y la colocación en el cite, la despedida del toro o su acogimiento, todo lleve el sello de la andadura aquietada y solemne del río avanzado, de la tarde que muere con belleza. Ya no hay temblor; si acaso un sutil velo. Y un olor penetrante de jazmín”

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